Una apreciación
inicial sobre el concepto “Ciencia”.
El concepto “Ciencia” (del latín scientia, de scire, “conocer”) lo han definido más de 200 autores a lo largo de la historia. Para
Aristóteles (384-322 a. C), el pensador más importante de la humanidad según
Carlos Marx, la ciencia era el conocimiento demostrado, por el conocimiento se
llega a las causas de un objeto, lo que lo caracteriza.
Un estudio de Karpov en la
década del 70, permite reunir varios grupos de definiciones sobre ciencia,
según sus elementos esenciales. Así las enunciaciones del concepto se agrupan
en: sistemas de conocimientos teóricos acerca de la realidad objetiva; forma de
actividad humana; forma de conciencia social; experiencia acumulada sobre la
humanidad; fundamentos del pronóstico o la predicción. A pesar de que para los
clásicos del marxismo, las ciencias intervienen en la generación de riquezas
como un modo especial de producción, fue después de estas clasificaciones que
se identifica también como fuerza productiva.
De cualquier modo, la
ciencia constituye un proceso de elaboración, reelaboración, integración,
organización y producción de conocimientos sobre la realidad. Ha sido y es un
proceso social que se da como parte de la comunidad humana. Su surgimiento y
desarrollo ha estado asociado y determinado históricamente por cada formación
económico-social (Machado Bermúdez, R. J., 1988)
La ciencia pertenece a la vida social. Para Labarca (2010) hacer ciencia es explicar, estableciendo
criterios de validación. El investigador “observa” fenómenos
de la realidad que le llaman la atención por estar relacionados con el área de
las ciencias en que se desempeña. Busca establecer relaciones o explicaciones
generales sobre las causas de dichos fenómenos independientes, o puede realizar
el proceso inverso, para lo cual parte de teorías científicas establecidas y
aplica estos principios generales para explicar la ocurrencia del fenómeno
observado. Cualquiera de las dos vías, inductiva o deductiva, es válida pero
tiene que “observar” como condición indispensable de cualquier proceso
investigativo.
La investigación por tanto representa el camino que emplea
la ciencia para conocer la realidad. Constituye un procedimiento de meditación
y sistematización controlado y critico que posibilita al investigador
describir, explicar, predecir y transformar – funciones de la ciencia – los
problemas de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Será preciso que el
proceso de investigación tenga su origen en la identificación de un problema
científico, detectado dentro de una situación social que está además,
caracterizada por otros muchos problemas relacionados entre si. Solo entonces
una observación premeditada de un sujeto conocedor de esa situación problemática,
podría advertir cuál de esos problemas necesitará investigar.
No parece ser este el criterio de Hernández Sampieri (2002) cuando opina que “Las investigaciones se
originan en ideas. Para iniciar una investigación siempre se necesita una idea;
todavía no se conoce el sustituto de una buena idea. Las ideas constituyen el
primer acercamiento a la realidad que habrá de investigarse.” (p. 2).
Según este autor, concebir una investigación es tan sencillo que “alguien
puede ver sucesos de violencia en los estadios de fútbol al asistir a varios
partidos y de ahí comenzar a desarrollar una idea para efectuar una
investigación” [el subrayado es del autor]. Pudiera
pensarse que no se necesita ser conocedor del tema en cuestión, en tanto
“alguien” puede ser cualquier persona. Líneas más adelante continua diciendo “En realidad, plantear el problema no es sino afinar y
estructurar más formalmente la idea de investigación”. (p.2)
Es decir, basta con la idea para iniciar un proceso
investigativo. Asumir este criterio significa conformarnos con el hecho de que
solo algunas personas dotadas de cualidades superiores gozan del privilegio de
ser investigadores, incluso de su propia realidad, en tanto las grandes ideas
solo surgen de los llamados “genios”. Portuondo (2009), hace una fuerte crítica
a estas consideraciones pues opina que la inmensa mayoría de las personas somos
gentes simples que no nos acercamos siquiera a la categoría de “genios”, de
“iluminados”, por tanto “no podremos hacer investigación o el proceso sería de
ciclos recurrentes de ensayo y error, con las repercusiones que implica” (s/p).
Concebir el
problema de la investigación a partir de la idea niega o minimiza la
importancia de la exploración, de la observación constante de los
acontecimientos naturales, realizada por el hombre desde su propio surgimiento
como especie; un proceso tan importante e indispensable que Núñez Jover (2000), considera que es “es a través de la observación y el
razonamiento que es posible acceder a la esencia de la naturaleza” (p.2).
El propio Portuondo (op.
cit), agrega que “la iluminación, la idea no surge de
la nada, ni cae del cielo, ésta sólo surge si se ha pensado en los hechos,
fenómenos o procesos que se revelan ante el investigador como una necesidad”
(s/p)
Distintos especialistas
a lo largo de muchos años (Wallas, 1926; Weisberg, 1989; Betancourt, 1996;
Rodríguez, 1999 y Cine, 2001, entre otros), incluyen la iluminación o visión como una etapa del proceso creativo que
está precedida de la preparación, la
incubación y sucedida por la
verificación. Así, Arquímedes (287-212 A.C.),
por ejemplo, tuvo un momento de iluminación sumergiéndose en su bañadera, de igual forma Newton
(1642-1727), tuvo el suyo cuando bajo el árbol
observó cómo caía la manzana. Sin embargo, nos preguntamos ¿Cuántas veces
tuvieron estos grandes hombres que observar este mismo proceso para llegar a
esas grandes ideas? ¿Cuántas reflexiones? Sin dudas antes tuvieron que prepararlas e incubarlas. Tampoco se
niega la capacidad de creación del hombre, presente en unos más que otros pues
estamos seguros que muchísimas personas antes de Arquímedes hundieron objetos
en los líquidos, así como muchas otras antes que Newton, vieron caer objetos al
suelo sin que en ningunos de los casos aparecieran las ideas o se iluminaran.
Claro que la idea existe y es esencial para la ciencia y la
investigación científica, pero la ubicamos como resultado de la observación
intencional de los fenómenos u objetos de la naturaleza, la sociedad y el
pensamiento, por personas que conocen del hecho observado. Por tanto, la idea
forma parte de la etapa exploratoria del proceso investigativo.
El hombre ha observado la naturaleza desde su propio surgimiento como
especie. Solo eso le ha permitido adaptarse al medio natural e incluso transformarlo
en beneficio propio. A partir de la vigilancia constante de la naturaleza ha
construido y desarrollado nuevos conocimientos que le permiten vivir en ella y
de ella. Con relación a ello Núñez Jover (op. cit), asegura que desde la
antigüedad hasta el renacimiento la ciencia constituyó un conocimiento que se
apoyó en la contemplación de la naturaleza.
Este elemento parece contraponerse a criterios como los de Morles,
Navarro y Álvarez (1996), que plantean que la ciencia fue “creada por genios
como Galileo, Bacon y Newton” (s/p).
Sin dudas estamos ante una disyuntiva que nos inducen a un
grupo de interrogantes ¿Cuándo y dónde surgió o fue creada la Ciencia? ¿Cuáles
son los orígenes del conocimiento e investigación científica? ¿Son la ciencia,
la investigación y el conocimiento científico patrimonio de genios?
La ciencia y el
acto de investigar tuvieron un origen humilde y utilitario
Si seguimos la historia
universal aprendida en la escuela, la ciencia y el conocimiento científico son
propiedad de los grandes hombres, que transformaron al mundo con la fuerza
única de su pensamiento, inteligencia y creatividad. Por esta vía conocimos a
Pitágoras (582-500 a. C.), Platón (428-347 a.C.), Aristóteles (384-322 a. C.), Da Vinci (1452-1519), Gilbert (1544-1603), Bacon
(1561-1626), Galileo (1564-1642), Boyle (1627-1691), Newton
(1642-1782), Darwins (1809-1882), Einstein (1879-1955) y muchos otros. Como
consecuencia, a casi nadie cabe dudas de que estas y otras monumentales
personalidades con sus grandes ideas sobresalen sobre el resto de la humanidad
¿Quiénes son los padres de la ciencia si no?
Sin embargo, Conner (2009) no está de acuerdo, en tanto
desaprueba el criterio de Newton cuando atribuyó el “ver más allá” a estar
“sentado en los hombros de gigantes”. Para Conner los grandes genios conocidos
estuvieron sentados sí, pero “a las espaldas de miles de trabajadores manuales,
analfabetos y desconocidos” (p.2). Este autor está claro que la creación de
teorías, la enunciación de leyes, principios y conceptos no son propios del
conocimiento de las personas humildes, pero si muchas de los obras científicas
actuales solo pudieron lograrse “con el aporte indiscutible del trabajo y la
experiencia de las personas sencillas” (p.2)
No se trata de desconocer el importantísimo papel de los
llamados “hombres de ciencia”, sino de resaltar la contribución de los
trabajadores manuales, artesanos, campesinos, comerciantes y personas de bajo
nivel cultural o analfabetas, o sea aquellos que establecían la diferencia con
el trabajo intelectual.
Ha quedado claro que nos referimos a la ciencia y la
investigación vistas tanto en el conocimiento de la naturaleza como las
actividades asociadas a la producción y desarrollo de conocimientos.
La necesidad del hombre referida a la producción y
desarrollo del conocimiento permite asegurar que los asientos del conocimiento
científico deben más a procesos empíricos que teóricos, más al ensayo y al
error que al pensamiento científico.
Shapin (1994), esboza como ya desde el siglo XVII en
Inglaterra la verdad científica era presentada desde una perspectiva elitista y
caballeresca, dada en el papel jugado por la nobleza en la certificación y
legitimización del conocimiento científico; sin embargo, eran los trabajadores
manuales los que en realidad realizaban los nuevos descubrimientos, motivados
no por la curiosidad científica, sino por la necesidad material, la necesidad
de vivir. Estos elementos condujeron a Conner (op. cit.) a considerar que “el
nacimiento de la ciencia moderna ocurrió cuando los nobles comenzaron a
apropiarse del conocimiento de los trabajadores manuales y los sistematizaron”
(p. 14). Incluso considera que el hábito de la experimentación, propio de la
ciencia moderna, surgió en los talleres de oficio. De este modo el conocimiento
de la naturaleza fue probado y demostrado continuamente en la práctica
cotidiana.
Bacon y Boyle, aprobaron
significativamente la importancia de los datos empíricos provenientes de los
trabajadores manuales, admitiéndolos y reconociéndolos ciertos como parte de
los conocimientos de la naturaleza. Pero Boyle no podía abandonar su posición
de clase y criticaba el hecho de que los trabajadores manuales no quisieran
compartir la práctica del secreto de sus oficios. Para estos últimos el
conocimiento de los procesos naturales había sido obtenido por medio del
trabajo y años de aprendizaje y constituía la fuente de sus ingresos, la base
de su vida.
Si bien las buenas
intenciones de Boyle por el conocimiento de los oficios por parte de los
estudiosos de la época, podían revertirse en el propio mejoramiento de la labor
y el beneficio de los trabajadores, en la práctica no sucedió así. Con el
surgimiento del capitalismo, los favores del “mejoramiento de los oficios” y el
aumento de la productividad fueron a parar a manos de los dueños del proceso
productivo.
El surgimiento de la ciencia estuvo asociado al surgimiento del trabajo
y de la inteligencia.
No se puede precisar con
exactitud el conocimiento que los primeros seres humanos poseían, mas, fueron
capaces de esparcirse por todo el planeta Tierra. Además, en todos los lugares
en que se asentaron prepararon condiciones para la satisfacción de sus
necesidades. No hay dudas de que ello fue posible por su capacidad, única como
seres vivos conocidos, de apropiarse y utilizar en beneficio propio una enorme
cantidad de conocimientos obtenidos a partir de la observación de la
naturaleza.
Si bien la caza, la pesca y
la recolección constituyeron su economía básica de subsistencia, le obligaban a
emigrar o cambiar de zona geográfica de manera constante. Aprender a cultivar
la tierra y domesticar animales hizo disminuir su dependencia directa y
fortuita de la naturaleza y les permitió asentarse en lugares estables. La
dependencia de una economía de
apropiación obligó a los primeros Homo Sapiens a desarrollar su pensamiento, su
inteligencia. Vivir de esta manera les exigía a aprender de la naturaleza
conocimientos como: los hábitos migratorios de los animales, los cambios de
estaciones para el abastecimiento de agua, así como los ciclos de producción y
reproducción de las especies vegetales y animales comestibles, entre otros elementos.
Federico Engels
(1955) consideró el trabajo y la adaptación a las nuevas actividades, como
determinante para que la mano del hombre lograra un alto grado de perfección,
lo que sin dudas impulsó el desarrollo de la inteligencia. Ello ha hecho a
Conner (op. cit) concluir que “fueron la fabricación de herramientas y el
trabajo colectivo los que propiciaron el surgimiento y el desarrollo de la
inteligencia humana, del lenguaje, del conocimiento precientífico y finalmente
de la ciencia” (p. 24)
Si bien la
ciencia avanzó con el nacimiento de la era moderna – siglos XVI y XVII -, lo
pudo hacer a partir del análisis de las creaciones de alfareros, tejedores, mecánicos,
metalúrgicos, agricultores y curanderos, entre otros; muchos de ellos
analfabetos. Estos fueron los verdaderos “gigantes” que les ofrecieron sus
hombros a genios como Newton para que vieran “más allá”.
La ciencia nació de la gente
simple y de los trabajadores.
Se sabe que la evidencia arqueológica en ocasiones, no ofrece suficiente
información acerca del surgimiento de conocimientos, tales como los de las
ciencias de los materiales y las ciencias agropecuarias; sin embargo, la lógica
indica que una herramienta, por muy imperfecto que sea su diseño, dice mucho
del nivel de desarrollo científico existente cuando se construyó.
Parece ser que el período neolítico terminó cuando comenzaron a usarse,
de manera sistemática, las herramientas metálicas. Pero ello sería entendible
solo a partir de que los hombres hubiesen acopiado desde mucho antes bastos
conocimientos sobre las propiedades de los metales. De igual modo, talvez los
logros más significativos de esta era fueran el cultivo de las plantas silvestres
y la domesticación de animales en un proceso gradual que se extendió por miles
de años.
Por un lado, para los habitantes de esa época cultivar y cosechar
plantas silvestres significaba llegar a conocer de preparación de suelos,
almacenamiento, selección y siembra de las semillas. Por el otro, domesticar
animales salvajes requería conocer cómo mantenerlos vivos en cautiverio en
espacios controlados por ellos. Ambas actividades exigían acciones
premeditadas, por lo que no es descabellado pensar que desde entonces se
construía la vía para el cultivo de alimentos y el manejo de animales a través
del ensayo error intencional con todas las especies posibles.
Según Cohen, F. (1994), fue Galileo el primero que nos enseño a pensar.
Hasta esta fecha, la mayoría de los especialistas coincidía que en el estudio
de la naturaleza, bastaba con consultar la obra de Aristóteles. Justo es reconocer que tanto Galileo como
Gilbert y Bacon, estuvieron entre los primeros
en practicar la experimentación en el siglo XVII, pero en realidad no la
crearon. Zilsel, Hempel, Mengel (2000) y otros integrantes del “Círculo de
Viena” consideran que la experimentación ya se venía desarrollando, desde
muchos años atrás por trabajadores manuales y artesanos de las herrerías, la
agrimensura, la marina, mecánicos, albañiles, relojeros, carpinteros, entre
otros muchos oficios y profesiones[1].
En todas ellas, sus representantes ya habían desarrollado destrezas a partir de
la repetición de mediciones, que les permitieron elaborar determinadas “reglas
numéricas”. Estas “reglas” de tipo cuantitativo –según Zilsel (op. cit.)-,
obtenidas con la observación, la experimentación y la investigación causal
establecieron las bases empíricas de las leyes físicas modernas.
El propio Galileo (citado por Gillispie, 1960) en su obra “Diálogos
relacionados con las nuevas ciencias” reconocía el trabajo de los mecánicos en
el arsenal de Venecia, en la creación constante de instrumentos y máquinas,
partiendo de su experiencia y sus observaciones.
Muchos hoy ponen en duda de que fuera en realidad Robert Boyle el
arquitecto de la filosofía experimental, no pretendemos establecer la
controversia. Lo cierto es que si fue uno de los primeros en poner en práctica
las ideas de Galileo y Bacon acerca de la importancia del conocimiento empírico
de los trabajadores manuales. Para él la realidad, la experiencia aportada por
los oficios constituían una parte importantísima de la historia de la
naturaleza por lo tanto desarrollaban el conocimiento. Sin embargo, Boyle no
acostumbraba a visitar los humildes talleres. Su posición económica holgada le
permitió construir su propio taller-laboratorio y traer al mismo una gran
variedad de artesanos calificados (mecánicos, sopladores de vidrio, pulidores
de lentes, especialistas en alquimia), a los que les pagaba para que realizaran
los experimentos.
Shapin (op. cit) considera que Boyle realmente experimentó a través de
especialistas pagados que fueron invisibles para los historiadores y sociólogos
de la ciencia, los que atribuyeron el conocimiento creado por los artesanos
solo a Boyle. Sin el trabajo de los técnicos pagados es difícil que la
arquitectura experimental de Boyle hubiera existido. Lo que si es posible
atribuirle a Robert Boyle es ser el primero en visionar el valor de la naturaleza
colectiva de la investigación científica.
Aunque justo es reconocer que a estas prácticas fue necesario aplicarle
un pensamiento lógico y matemático sistemático, en la experiencia de los
trabajadores de los oficios primero que en la mente y la teoría de los
eruditos, estuvo el verdadero origen de la Revolución Científica. El mérito de
Galileo, Gilbert, Bacon y Boyle, estuvo en ser los primeros con la formación
académica necesaria para adoptar y sistematizar el método experimental creado
por los artesanos. De esta fusión nació la ciencia moderna.
Es conocido que cuando en
1780 Watt y Boulton comienzan a fabricar en Gran Bretaña las primeras máquinas
de vapor con destino al uso industrial, se estaba dando inicio a la “Revolución
Industrial”. Pero ¿por qué no sucedió antes si ya estaban creadas las
condiciones sociales y era necesario un desarrollo acelerado de la producción?
La respuesta precisamente se puede encontrar en los talleres de oficio; la
tienen los artesanos, los mecánicos y los metalúrgicos. Producir maquinarias a
gran escala, exigía mucha producción de “hierro”, proceso que a su vez requería
de fuentes de energía capaces de fundir este mineral. Desde uno o dos siglos
antes, la madera no era suficiente para producir el carbón vegetal que alimentara
los hornos. Se conocía el carbón de piedra, mas en su estado natural no era
posible utilizarlo en las fundiciones. La falta de conocimientos sobre el
hierro y las fuentes energéticas para procesarlo limitaban el desarrollo
científico.
Fue Darby, en 1709 el
primero que en su pequeño taller de fundición, obtuvo el primer “Hierro
Fundido” a partir del “Coque”, aislado del carbón de piedra, en muchos años de
experimentación. Aún no existía teoría científica alguna sobre la “Metalurgia”,
su cuerpo de conocimientos teóricos tuvo su origen en los talleres de
fundición. Estos trabajadores: mineros,
mecánicos y metalúrgicos crearon el conocimiento empírico que determinó el
surgimiento de la Revolución Industrial y esta solo benefició al comercio y a la industria con la introducción del
sistema fabril mecanizado.
¿Desapareció el protagonismo
de los artesanos y los trabajadores en la era de las comunicaciones?
Pareciera que el surgimiento de las ciencias informáticas sustituiría la
base social y humilde del desarrollo científico; no lo consideramos así.
Prácticamente, su despegue llegó cuando las primeras computadoras personales en la década del 70 –
“Altair 8800” creadas por Edward Roberts, William Yates y Jim Bybee; “Apple” y
“Macintosh” creadas por Stephen Wozniak y Steven Jobs -, le declararon la
guerra a la IBM, la UNIVAC y la WANG. Tres elementos importantes caracterizaron
este hecho. El primero fue que las primeras compañías surgieron en garajes
pertenecientes a las casas de sus creadores, la segunda fue que la mayoría de
los primeros “genios” de la computación - Wozniak y Jobs, Bill Gates, Paul
Allen y Monte Davidoff, entre otros – por lo general abandonaron sus estudios
antes de concluir sus respectivas carreras. El último elemento importante fue
que las instituciones que dominaban la ciencia en los EEUU, en sus inicios no
reconocieron este nuevo movimiento científico que surgía fuera de sus dominios.
El funcionamiento de estas máquinas solo fue posible con programas
codificados. Por tanto el “software” superó en protagonismo al “hardware”. Lohr
(2001), ve a los programadores como los artesanos, los albañiles de la era de
la información que sustituyen el trabajo manual por el mental. Pudiera decirse
que la programación, considerada en sus inicios como una tarea para técnicos,
nació como una forma de trabajo manual. Los primeros programadores siempre
fueron subestimados por los profesionales de rango académico como los
matemáticos puros.
Indudablemente, con el surgimiento del capitalismo se desarrolló la ciencia
moderna, pero la producción masiva y acelerada de conocimientos en su mayor
medida ha estado subordinada a la ganancia y al poder económico del mercado.
Las personas humildes, en su lucha constante por su subsistencia siguen siendo
protagonistas del desarrollo científico técnico, pero el gran capital las
controla. El robo de cerebros practicado por los países desarrollados,
encabezados por los EE UU, es un ejemplo de ello. En gran medida la relación
ciencia moderna-pueblo no puede ser estudiada alejada de una marcada concepción
ideológica.
Talvez Cuba represente uno de los pocos ejemplos de cómo la ciencia, la
investigación científica y la producción de conocimientos, sigue siendo por
encima de todo un problema social. Cuando en los primeros años de la Revolución,
Fidel concebía a Cuba como un país de hombres de ciencia, no estaba pensando en
los científicos, sino de manera prioritaria en el pueblo como la gran
institución científica.
El movimiento del Forum de Ciencia y Técnica, es una muestra. Nace del pueblo,
de sus gentes humildes, de sus instituciones laborales, de sus trabajadores
manuales e intelectuales y sus beneficios se revierten en la elevación de la
calidad de vida de las grandes masas a nivel nacional y universal
A modo de conclusión
Desde el conocimiento natural de los primeros seres humanos hasta los
últimos adelantos científicos la ciencia siempre ha sido una actividad social
que requiere la contribución combinada de gran cantidad de personas.
Aunque la Historia Universal ha magnificado la obra de grandes hombres
considerados científicos y pertenecientes a las élites, la búsqueda,
producción, reelaboración del conocimiento que motivó el surgimiento de la
ciencia solo fue posible con el aporte de los trabajadores, de las gentes
sencillas. La mayoría de los verdaderos protagonistas de la ciencia han surgido
dentro de las clases más humildes, que tuvieron que “inventar”, “innovar”,
“crear” no por el ansia de gloria sino simplemente para poder vivir.
Bibliografía
·
Cine, M. (2001). La creatividad en la
escuela. Tesis en opción al grado de Doctor en Ciencias Pedagógicas. México:
Universidad de Sinaloa.
·
Cohen, F. (1994). The Scientific
Revolution: a Historiographical Inquiry. Chicago, Illinois: University of
Chicago Press.
·
Conner, C. D. (2009). Historia Popular
de las Ciencias. Mineros, comadronas y mecánicos. La Habana: Ciencia y Técnica.
·
Engels, F. (1955). El papel del trabajo
en la transformación del mono en hombre. En Obras Escogidas, t II. Moscú:
Lenguas extrajeras.
·
Gillispie, C. (1960). The Edge of
Objectivity. Nueva Jersey: Princeton University Press
·
Hernández S y Otros. (1998).
Metodología de la Investigación. Editorial Mc Graw Hill.
·
Weisberg, R. (1989). Creatividad, el
genio y otros mitos. Edit. Labor. México, 1989.
·
Labarca, A. La investigación educativa.
Disponible en www.scribd.com/doc/7057444/Mie. Consultado el 20 de octubre de 2010.
·
Lohr, S. (2001). The story of the Math Majors, Bridge Players,
Engineers, Chess Wizards, Maverick Scientists and Iconoclasts - the Programmers
who Created the Sofware Revolution.
New York: Basic Books.
·
Machado Bermúdez, R. J. (1988). Como se forma un
investigador.
·
Morles, V; Navarro, E. y Álvarez, N.
(1996). Los doctores y el doctorado historia y algunas propuestas. Ediciones
del CEISEA. No. 1. Caracas. En soporte digital.
·
Núñez Jover, J. (). La ciencia y la tecnología como procesos sociales. Lo que la educación
científica no debería olvidar.
·
Portuondo, R. (2009). Formación de Investigadores.
Oda al pasado. Conferencia magistral impartida en el Evento Internacional “La Educación Técnica y
Profesional del siglo XXI”. Camaguey 2009.
·
Shapin, S. y Barnes, B. (1994). Sciencie,
Nature and Control: Interpreting Mechanics´ Institutes, Social Studies of
Sciencie.
·
Zilsel, E. (2000).The social Origins of Modern Science. Boston: Kluwer
Academic.
[1] Ya Martín Lucero
(1483-1546), casi 60 años atrás, era del criterio que cualquier alfarero o
trabajador manual tenía más conocimientos de la naturaleza que lo que aparecía
en los libros.
Dr. C Juan Alberto Mena Lorenzo
Profesor Titular
Director del
Centro de Estudios de la Educación Técnica y Profesional
Universidad de Ciencias Pedagógicas Rafael María
Mendive. Pinar del Río. Cuba
No hay comentarios:
Publicar un comentario