sábado, 29 de noviembre de 2014

¿Dónde nació realmente la ciencia, realmente?

Una apreciación inicial sobre el concepto “Ciencia”.
El concepto “Ciencia” (del latín scientia, de scire, “conocer”) lo han definido más de 200 autores a lo largo de la historia. Para Aristóteles (384-322 a. C), el pensador más importante de la humanidad según Carlos Marx, la ciencia era el conocimiento demostrado, por el conocimiento se llega a las causas de un objeto, lo que lo caracteriza.
Un estudio de Karpov en la década del 70, permite reunir varios grupos de definiciones sobre ciencia, según sus elementos esenciales. Así las enunciaciones del concepto se agrupan en: sistemas de conocimientos teóricos acerca de la realidad objetiva; forma de actividad humana; forma de conciencia social; experiencia acumulada sobre la humanidad; fundamentos del pronóstico o la predicción. A pesar de que para los clásicos del marxismo, las ciencias intervienen en la generación de riquezas como un modo especial de producción, fue después de estas clasificaciones que se identifica también como fuerza productiva.
De cualquier modo, la ciencia constituye un proceso de elaboración, reelaboración, integración, organización y producción de conocimientos sobre la realidad. Ha sido y es un proceso social que se da como parte de la comunidad humana. Su surgimiento y desarrollo ha estado asociado y determinado históricamente por cada formación económico-social (Machado Bermúdez, R. J., 1988)
La ciencia pertenece a la vida social. Para Labarca (2010) hacer ciencia es explicar, estableciendo criterios de validación. El investigador “observa” fenómenos de la realidad que le llaman la atención por estar relacionados con el área de las ciencias en que se desempeña. Busca establecer relaciones o explicaciones generales sobre las causas de dichos fenómenos independientes, o puede realizar el proceso inverso, para lo cual parte de teorías científicas establecidas y aplica estos principios generales para explicar la ocurrencia del fenómeno observado. Cualquiera de las dos vías, inductiva o deductiva, es válida pero tiene que “observar” como condición indispensable de cualquier proceso investigativo. 
La investigación por tanto representa el camino que emplea la ciencia para conocer la realidad. Constituye un procedimiento de meditación y sistematización controlado y critico que posibilita al investigador describir, explicar, predecir y transformar – funciones de la ciencia – los problemas de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Será preciso que el proceso de investigación tenga su origen en la identificación de un problema científico, detectado dentro de una situación social que está además, caracterizada por otros muchos problemas relacionados entre si. Solo entonces una observación premeditada de un sujeto conocedor de esa situación problemática, podría advertir cuál de esos problemas necesitará investigar.
No parece ser este el criterio de Hernández Sampieri (2002) cuando opina que “Las investigaciones se originan en ideas. Para iniciar una investigación siempre se necesita una idea; todavía no se conoce el sustituto de una buena idea. Las ideas constituyen el primer acercamiento a la realidad que habrá de investigarse.” (p. 2).
Según este autor, concebir una investigación es tan sencillo que “alguien puede ver sucesos de violencia en los estadios de fútbol al asistir a varios partidos y de ahí comenzar a desarrollar una idea para efectuar una investigación” [el subrayado es del autor]. Pudiera pensarse que no se necesita ser conocedor del tema en cuestión, en tanto “alguien” puede ser cualquier persona. Líneas más adelante continua diciendo “En realidad, plantear el problema no es sino afinar y estructurar más formalmente la idea de investigación”. (p.2)
Es decir, basta con la idea para iniciar un proceso investigativo. Asumir este criterio significa conformarnos con el hecho de que solo algunas personas dotadas de cualidades superiores gozan del privilegio de ser investigadores, incluso de su propia realidad, en tanto las grandes ideas solo surgen de los llamados “genios”. Portuondo (2009), hace una fuerte crítica a estas consideraciones pues opina que la inmensa mayoría de las personas somos gentes simples que no nos acercamos siquiera a la categoría de “genios”, de “iluminados”, por tanto “no podremos hacer investigación o el proceso sería de ciclos recurrentes de ensayo y error, con las repercusiones que implica” (s/p).
Concebir el problema de la investigación a partir de la idea niega o minimiza la importancia de la exploración, de la observación constante de los acontecimientos naturales, realizada por el hombre desde su propio surgimiento como especie; un proceso tan importante e indispensable que Núñez Jover (2000), considera que es “es a través de la observación y el razonamiento que es posible acceder a la esencia de la naturaleza” (p.2).
El propio Portuondo (op. cit), agrega que “la iluminación, la idea no surge de la nada, ni cae del cielo, ésta sólo surge si se ha pensado en los hechos, fenómenos o procesos que se revelan ante el investigador como una necesidad” (s/p)
Distintos especialistas a lo largo de muchos años (Wallas, 1926; Weisberg, 1989; Betancourt, 1996; Rodríguez, 1999 y Cine, 2001, entre otros), incluyen la iluminación o visión como una etapa del proceso creativo que está precedida de la preparación, la incubación y sucedida por la verificación. Así, Arquímedes (287-212 A.C.), por ejemplo, tuvo un momento de iluminación sumergiéndose en su bañadera, de igual forma Newton (1642-1727),  tuvo el suyo cuando bajo el árbol observó cómo caía la manzana. Sin embargo, nos preguntamos ¿Cuántas veces tuvieron estos grandes hombres que observar este mismo proceso para llegar a esas grandes ideas? ¿Cuántas reflexiones? Sin dudas antes tuvieron que prepararlas e incubarlas. Tampoco se niega la capacidad de creación del hombre, presente en unos más que otros pues estamos seguros que muchísimas personas antes de Arquímedes hundieron objetos en los líquidos, así como muchas otras antes que Newton, vieron caer objetos al suelo sin que en ningunos de los casos aparecieran las ideas o se iluminaran.
Claro que la idea existe y es esencial para la ciencia y la investigación científica, pero la ubicamos como resultado de la observación intencional de los fenómenos u objetos de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, por personas que conocen del hecho observado. Por tanto, la idea forma parte de la etapa exploratoria del proceso investigativo.
El hombre ha observado la naturaleza desde su propio surgimiento como especie. Solo eso le ha permitido adaptarse al medio natural e incluso transformarlo en beneficio propio. A partir de la vigilancia constante de la naturaleza ha construido y desarrollado nuevos conocimientos que le permiten vivir en ella y de ella. Con relación a ello Núñez Jover (op. cit), asegura que desde la antigüedad hasta el renacimiento la ciencia constituyó un conocimiento que se apoyó en la contemplación de la naturaleza. 
Este elemento parece contraponerse a criterios como los de Morles, Navarro y Álvarez (1996), que plantean que la ciencia fue “creada por genios como Galileo, Bacon y Newton” (s/p).    
Sin dudas estamos ante una disyuntiva que nos inducen a un grupo de interrogantes ¿Cuándo y dónde surgió o fue creada la Ciencia? ¿Cuáles son los orígenes del conocimiento e investigación científica? ¿Son la ciencia, la investigación y el conocimiento científico patrimonio de genios?


La ciencia y el acto de investigar tuvieron un origen humilde y utilitario
Si seguimos la historia universal aprendida en la escuela, la ciencia y el conocimiento científico son propiedad de los grandes hombres, que transformaron al mundo con la fuerza única de su pensamiento, inteligencia y creatividad. Por esta vía conocimos a Pitágoras (582-500 a. C.), Platón (428-347 a.C.), Aristóteles (384-322 a. C.), Da Vinci (1452-1519), Gilbert (1544-1603), Bacon (1561-1626), Galileo (1564-1642), Boyle (1627-1691), Newton (1642-1782), Darwins (1809-1882), Einstein (1879-1955) y muchos otros. Como consecuencia, a casi nadie cabe dudas de que estas y otras monumentales personalidades con sus grandes ideas sobresalen sobre el resto de la humanidad ¿Quiénes son los padres de la ciencia si no?
Sin embargo, Conner (2009) no está de acuerdo, en tanto desaprueba el criterio de Newton cuando atribuyó el “ver más allá” a estar “sentado en los hombros de gigantes”. Para Conner los grandes genios conocidos estuvieron sentados sí, pero “a las espaldas de miles de trabajadores manuales, analfabetos y desconocidos” (p.2). Este autor está claro que la creación de teorías, la enunciación de leyes, principios y conceptos no son propios del conocimiento de las personas humildes, pero si muchas de los obras científicas actuales solo pudieron lograrse “con el aporte indiscutible del trabajo y la experiencia de las personas sencillas” (p.2)
No se trata de desconocer el importantísimo papel de los llamados “hombres de ciencia”, sino de resaltar la contribución de los trabajadores manuales, artesanos, campesinos, comerciantes y personas de bajo nivel cultural o analfabetas, o sea aquellos que establecían la diferencia con el trabajo intelectual.
Ha quedado claro que nos referimos a la ciencia y la investigación vistas tanto en el conocimiento de la naturaleza como las actividades asociadas a la producción y desarrollo de conocimientos.
La necesidad del hombre referida a la producción y desarrollo del conocimiento permite asegurar que los asientos del conocimiento científico deben más a procesos empíricos que teóricos, más al ensayo y al error que al pensamiento científico.
Shapin (1994), esboza como ya desde el siglo XVII en Inglaterra la verdad científica era presentada desde una perspectiva elitista y caballeresca, dada en el papel jugado por la nobleza en la certificación y legitimización del conocimiento científico; sin embargo, eran los trabajadores manuales los que en realidad realizaban los nuevos descubrimientos, motivados no por la curiosidad científica, sino por la necesidad material, la necesidad de vivir. Estos elementos condujeron a Conner (op. cit.) a considerar que “el nacimiento de la ciencia moderna ocurrió cuando los nobles comenzaron a apropiarse del conocimiento de los trabajadores manuales y los sistematizaron” (p. 14). Incluso considera que el hábito de la experimentación, propio de la ciencia moderna, surgió en los talleres de oficio. De este modo el conocimiento de la naturaleza fue probado y demostrado continuamente en la práctica cotidiana.
Bacon y Boyle, aprobaron significativamente la importancia de los datos empíricos provenientes de los trabajadores manuales, admitiéndolos y reconociéndolos ciertos como parte de los conocimientos de la naturaleza. Pero Boyle no podía abandonar su posición de clase y criticaba el hecho de que los trabajadores manuales no quisieran compartir la práctica del secreto de sus oficios. Para estos últimos el conocimiento de los procesos naturales había sido obtenido por medio del trabajo y años de aprendizaje y constituía la fuente de sus ingresos, la base de su vida.
Si bien las buenas intenciones de Boyle por el conocimiento de los oficios por parte de los estudiosos de la época, podían revertirse en el propio mejoramiento de la labor y el beneficio de los trabajadores, en la práctica no sucedió así. Con el surgimiento del capitalismo, los favores del “mejoramiento de los oficios” y el aumento de la productividad fueron a parar a manos de los dueños del proceso productivo.
El surgimiento de la ciencia estuvo asociado al surgimiento del trabajo y de la inteligencia.
No se puede precisar con exactitud el conocimiento que los primeros seres humanos poseían, mas, fueron capaces de esparcirse por todo el planeta Tierra. Además, en todos los lugares en que se asentaron prepararon condiciones para la satisfacción de sus necesidades. No hay dudas de que ello fue posible por su capacidad, única como seres vivos conocidos, de apropiarse y utilizar en beneficio propio una enorme cantidad de conocimientos obtenidos a partir de la observación de la naturaleza.
Si bien la caza, la pesca y la recolección constituyeron su economía básica de subsistencia, le obligaban a emigrar o cambiar de zona geográfica de manera constante. Aprender a cultivar la tierra y domesticar animales hizo disminuir su dependencia directa y fortuita de la naturaleza y les permitió asentarse en lugares estables. La dependencia  de una economía de apropiación obligó a los primeros Homo Sapiens a desarrollar su pensamiento, su inteligencia. Vivir de esta manera les exigía a aprender de la naturaleza conocimientos como: los hábitos migratorios de los animales, los cambios de estaciones para el abastecimiento de agua, así como los ciclos de producción y reproducción de las especies vegetales y animales comestibles,  entre otros elementos.
Federico Engels (1955) consideró el trabajo y la adaptación a las nuevas actividades, como determinante para que la mano del hombre lograra un alto grado de perfección, lo que sin dudas impulsó el desarrollo de la inteligencia. Ello ha hecho a Conner (op. cit) concluir que “fueron la fabricación de herramientas y el trabajo colectivo los que propiciaron el surgimiento y el desarrollo de la inteligencia humana, del lenguaje, del conocimiento precientífico y finalmente de la ciencia” (p. 24)
Si bien la ciencia avanzó con el nacimiento de la era moderna – siglos XVI y XVII -, lo pudo hacer a partir del análisis de las creaciones de alfareros, tejedores, mecánicos, metalúrgicos, agricultores y curanderos, entre otros; muchos de ellos analfabetos. Estos fueron los verdaderos “gigantes” que les ofrecieron sus hombros a genios como Newton para que vieran “más allá”.
La ciencia nació de la gente simple y de los trabajadores.
Se sabe que la evidencia arqueológica en ocasiones, no ofrece suficiente información acerca del surgimiento de conocimientos, tales como los de las ciencias de los materiales y las ciencias agropecuarias; sin embargo, la lógica indica que una herramienta, por muy imperfecto que sea su diseño, dice mucho del nivel de desarrollo científico existente cuando se construyó.
Parece ser que el período neolítico terminó cuando comenzaron a usarse, de manera sistemática, las herramientas metálicas. Pero ello sería entendible solo a partir de que los hombres hubiesen acopiado desde mucho antes bastos conocimientos sobre las propiedades de los metales. De igual modo, talvez los logros más significativos de esta era fueran el cultivo de las plantas silvestres y la domesticación de animales en un proceso gradual que se extendió por miles de años. 
Por un lado, para los habitantes de esa época cultivar y cosechar plantas silvestres significaba llegar a conocer de preparación de suelos, almacenamiento, selección y siembra de las semillas. Por el otro, domesticar animales salvajes requería conocer cómo mantenerlos vivos en cautiverio en espacios controlados por ellos. Ambas actividades exigían acciones premeditadas, por lo que no es descabellado pensar que desde entonces se construía la vía para el cultivo de alimentos y el manejo de animales a través del ensayo error intencional con todas las especies posibles.
Según Cohen, F. (1994), fue Galileo el primero que nos enseño a pensar. Hasta esta fecha, la mayoría de los especialistas coincidía que en el estudio de la naturaleza, bastaba con consultar la obra de Aristóteles.  Justo es reconocer que tanto Galileo como Gilbert y Bacon, estuvieron entre los primeros en practicar la experimentación en el siglo XVII, pero en realidad no la crearon. Zilsel, Hempel, Mengel (2000) y otros integrantes del “Círculo de Viena” consideran que la experimentación ya se venía desarrollando, desde muchos años atrás por trabajadores manuales y artesanos de las herrerías, la agrimensura, la marina, mecánicos, albañiles, relojeros, carpinteros, entre otros muchos oficios y profesiones[1]. En todas ellas, sus representantes ya habían desarrollado destrezas a partir de la repetición de mediciones, que les permitieron elaborar determinadas “reglas numéricas”. Estas “reglas” de tipo cuantitativo –según Zilsel (op. cit.)-, obtenidas con la observación, la experimentación y la investigación causal establecieron las bases empíricas de las leyes físicas modernas.
El propio Galileo (citado por Gillispie, 1960) en su obra “Diálogos relacionados con las nuevas ciencias” reconocía el trabajo de los mecánicos en el arsenal de Venecia, en la creación constante de instrumentos y máquinas, partiendo de su experiencia y sus observaciones.
Muchos hoy ponen en duda de que fuera en realidad Robert Boyle el arquitecto de la filosofía experimental, no pretendemos establecer la controversia. Lo cierto es que si fue uno de los primeros en poner en práctica las ideas de Galileo y Bacon acerca de la importancia del conocimiento empírico de los trabajadores manuales. Para él la realidad, la experiencia aportada por los oficios constituían una parte importantísima de la historia de la naturaleza por lo tanto desarrollaban el conocimiento. Sin embargo, Boyle no acostumbraba a visitar los humildes talleres. Su posición económica holgada le permitió construir su propio taller-laboratorio y traer al mismo una gran variedad de artesanos calificados (mecánicos, sopladores de vidrio, pulidores de lentes, especialistas en alquimia), a los que les pagaba para que realizaran los experimentos.
Shapin (op. cit) considera que Boyle realmente experimentó a través de especialistas pagados que fueron invisibles para los historiadores y sociólogos de la ciencia, los que atribuyeron el conocimiento creado por los artesanos solo a Boyle. Sin el trabajo de los técnicos pagados es difícil que la arquitectura experimental de Boyle hubiera existido. Lo que si es posible atribuirle a Robert Boyle es ser el primero en visionar el valor de la naturaleza colectiva de la investigación científica.
Aunque justo es reconocer que a estas prácticas fue necesario aplicarle un pensamiento lógico y matemático sistemático, en la experiencia de los trabajadores de los oficios primero que en la mente y la teoría de los eruditos, estuvo el verdadero origen de la Revolución Científica. El mérito de Galileo, Gilbert, Bacon y Boyle, estuvo en ser los primeros con la formación académica necesaria para adoptar y sistematizar el método experimental creado por los artesanos. De esta fusión nació la ciencia moderna.
Es conocido que cuando en 1780 Watt y Boulton comienzan a fabricar en Gran Bretaña las primeras máquinas de vapor con destino al uso industrial, se estaba dando inicio a la “Revolución Industrial”. Pero ¿por qué no sucedió antes si ya estaban creadas las condiciones sociales y era necesario un desarrollo acelerado de la producción? La respuesta precisamente se puede encontrar en los talleres de oficio; la tienen los artesanos, los mecánicos y los metalúrgicos. Producir maquinarias a gran escala, exigía mucha producción de “hierro”, proceso que a su vez requería de fuentes de energía capaces de fundir este mineral. Desde uno o dos siglos antes, la madera no era suficiente para producir el carbón vegetal que alimentara los hornos. Se conocía el carbón de piedra, mas en su estado natural no era posible utilizarlo en las fundiciones. La falta de conocimientos sobre el hierro y las fuentes energéticas para procesarlo limitaban el desarrollo científico.
Fue Darby, en 1709 el primero que en su pequeño taller de fundición, obtuvo el primer “Hierro Fundido” a partir del “Coque”, aislado del carbón de piedra, en muchos años de experimentación. Aún no existía teoría científica alguna sobre la “Metalurgia”, su cuerpo de conocimientos teóricos tuvo su origen en los talleres de fundición. Estos trabajadores: mineros, mecánicos y metalúrgicos crearon el conocimiento empírico que determinó el surgimiento de la Revolución Industrial y esta solo benefició al comercio y a la industria con la introducción del sistema fabril mecanizado.
¿Desapareció el protagonismo de los artesanos y los trabajadores en la era de las comunicaciones?
Pareciera que el surgimiento de las ciencias informáticas sustituiría la base social y humilde del desarrollo científico; no lo consideramos así. Prácticamente, su despegue llegó cuando las primeras  computadoras personales en la década del 70 – “Altair 8800” creadas por Edward Roberts, William Yates y Jim Bybee; “Apple” y “Macintosh” creadas por Stephen Wozniak y Steven Jobs -, le declararon la guerra a la IBM, la UNIVAC y la WANG. Tres elementos importantes caracterizaron este hecho. El primero fue que las primeras compañías surgieron en garajes pertenecientes a las casas de sus creadores, la segunda fue que la mayoría de los primeros “genios” de la computación - Wozniak y Jobs, Bill Gates, Paul Allen y Monte Davidoff, entre otros – por lo general abandonaron sus estudios antes de concluir sus respectivas carreras. El último elemento importante fue que las instituciones que dominaban la ciencia en los EEUU, en sus inicios no reconocieron este nuevo movimiento científico que surgía fuera de sus dominios.
El funcionamiento de estas máquinas solo fue posible con programas codificados. Por tanto el “software” superó en protagonismo al “hardware”. Lohr (2001), ve a los programadores como los artesanos, los albañiles de la era de la información que sustituyen el trabajo manual por el mental. Pudiera decirse que la programación, considerada en sus inicios como una tarea para técnicos, nació como una forma de trabajo manual. Los primeros programadores siempre fueron subestimados por los profesionales de rango académico como los matemáticos puros.
Indudablemente, con el surgimiento del capitalismo se desarrolló la ciencia moderna, pero la producción masiva y acelerada de conocimientos en su mayor medida ha estado subordinada a la ganancia y al poder económico del mercado. Las personas humildes, en su lucha constante por su subsistencia siguen siendo protagonistas del desarrollo científico técnico, pero el gran capital las controla. El robo de cerebros practicado por los países desarrollados, encabezados por los EE UU, es un ejemplo de ello. En gran medida la relación ciencia moderna-pueblo no puede ser estudiada alejada de una marcada concepción ideológica.
Talvez Cuba represente uno de los pocos ejemplos de cómo la ciencia, la investigación científica y la producción de conocimientos, sigue siendo por encima de todo un problema social. Cuando en los primeros años de la Revolución, Fidel concebía a Cuba como un país de hombres de ciencia, no estaba pensando en los científicos, sino de manera prioritaria en el pueblo como la gran institución científica.
El movimiento del Forum de Ciencia y Técnica, es una muestra. Nace del pueblo, de sus gentes humildes, de sus instituciones laborales, de sus trabajadores manuales e intelectuales y sus beneficios se revierten en la elevación de la calidad de vida de las grandes masas a nivel nacional y universal
A modo de conclusión
Desde el conocimiento natural de los primeros seres humanos hasta los últimos adelantos científicos la ciencia siempre ha sido una actividad social que requiere la contribución combinada de gran cantidad de personas.
Aunque la Historia Universal ha magnificado la obra de grandes hombres considerados científicos y pertenecientes a las élites, la búsqueda, producción, reelaboración del conocimiento que motivó el surgimiento de la ciencia solo fue posible con el aporte de los trabajadores, de las gentes sencillas. La mayoría de los verdaderos protagonistas de la ciencia han surgido dentro de las clases más humildes, que tuvieron que “inventar”, “innovar”, “crear” no por el ansia de gloria sino simplemente para poder vivir.
Bibliografía                                                                         
·          Cine, M. (2001). La creatividad en la escuela. Tesis en opción al grado de Doctor en Ciencias Pedagógicas. México: Universidad de Sinaloa.
·          Cohen, F. (1994).  The Scientific Revolution: a Historiographical Inquiry. Chicago, Illinois: University of Chicago Press.
·          Conner, C. D. (2009). Historia Popular de las Ciencias. Mineros, comadronas y mecánicos. La Habana: Ciencia y Técnica.
·          Engels, F. (1955). El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. En Obras Escogidas, t II. Moscú: Lenguas extrajeras.
·          Gillispie, C. (1960). The Edge of Objectivity. Nueva Jersey: Princeton University Press
·        Hernández S y Otros. (1998). Metodología de la Investigación. Editorial Mc Graw Hill.
·          Wallas, G. (1926). El arte del pensamiento. Soporte digital.
·          Weisberg, R. (1989). Creatividad, el genio y otros mitos. Edit. Labor. México, 1989.
·          Labarca, A. La investigación educativa. Disponible en www.scribd.com/doc/7057444/Mie. Consultado el 20 de octubre de 2010.
·          Lohr, S. (2001). The story of the Math Majors, Bridge Players, Engineers, Chess Wizards, Maverick Scientists and Iconoclasts - the Programmers who Created the Sofware Revolution. New York: Basic Books.
·          Machado Bermúdez, R. J. (1988). Como se forma un investigador.
·          Morles, V; Navarro, E. y Álvarez, N. (1996). Los doctores y el doctorado historia y algunas propuestas. Ediciones del  CEISEA. No. 1. Caracas. En soporte digital.
·          Núñez Jover, J. (). La ciencia y la tecnología como procesos sociales. Lo que la educación científica no debería olvidar.
·          Portuondo, R. (2009). Formación de Investigadores. Oda al pasado. Conferencia magistral impartida en el Evento Internacional “La Educación Técnica y Profesional del siglo XXI”. Camaguey 2009.
·          Shapin, S. y Barnes, B. (1994). Sciencie, Nature and Control: Interpreting Mechanics´ Institutes, Social Studies of Sciencie.
·        Zilsel, E. (2000).The social Origins of Modern Science. Boston: Kluwer Academic.



[1]           Ya Martín Lucero (1483-1546), casi 60 años atrás, era del criterio que cualquier alfarero o trabajador manual tenía más conocimientos de la naturaleza que lo que aparecía en los libros.







Dr. C Juan Alberto Mena Lorenzo
Profesor Titular
Director del Centro de Estudios de la Educación Técnica y Profesional 
Universidad de Ciencias Pedagógicas Rafael María Mendive. Pinar del Río.   Cuba

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